Señor de mi hogar
Tenemos el concepto equivocado de que somos iglesia cuando estamos todos juntos reunidos en un templo, y que cuando termina la reunión y cada cual se va a su casa dejamos de ser iglesia. Nos desintegramos, como si fuéramos una máquina formada por muchas piezas que se puede armar y desarmar, hasta que volvemos a reunirnos otra vez. Entonces nuevamente somos iglesia. La iglesia primitiva no tenía este concepto.
Los cristianos de la iglesia primitiva adoraban a Dios, comían, se alegraban y estaban juntos en el templo. Luego, cuando terminaban su reunión en el templo, se dispersaban, y seguían la misma vida de alabanza y reuniones por las casas. Llegaba a tal punto la bendición de dios en los hogares que hasta sacaban pan y vino y celebraban la cena del señor allí. Nosotros tenemos el concepto equivocado de que somos iglesia cuando estamos todos juntos reunidos en un templo, y que cuando termina la reunión y cada cual se va a su casa dejamos de ser iglesia. Nos desintegramos, como si fuéramos una máquina formada por muchas piezas que se puede armar y desarmar, hasta que volvemos a reunirnos otra vez. Entonces nuevamente somos iglesia. La iglesia primitiva no tenía este concepto. Ellos eran iglesia cuando estaban todos juntos y también cuando se esparcían por todas partes. Lo que eran al reunirse lo eran en todo lugar. No había diferencias en su conducta, en su proceder, en su vida, cuando estaban en el templo y cuando estaban en sus casas; siempre era igual.
¿Y nosotros? En las reuniones somos tan correctos, tan amables. Sobre todo cuando empieza la adoración. Me gusta mirar a la gente que adora. Hay una belleza del cielo que los cubre. Pero ¿tienen la misma belleza en sus casas? Sí, en la reunión todo es "¡Aleluya!, ¡Gloria a Dios!, ¡Cristo reina!" Pero ¿y en casa? En el culto gritamos de gozo alabando al Señor. ¿Y en casa? Gritamos, sí, pero ¿por qué? La iglesia primitiva tenía una sola vida, cuando se reunía y cuando se dispersaba. La base de la sociedad es la familia. Dios así lo ha determinado. Y si el reino de Dios no penetra hondamente en nuestros hogares, lo que podamos experimentar será muy superficial. Porque nuestra verdadera manera de ser es la que se muestra en casa, no la que se deja ver afuera. Afuera aún el hombre pecador es amable. El Señor quiere transformar radicalmente nuestra vida en el hogar, porque si no dentro de poco tiempo caeremos en la religiosidad y en la hipocresía. En los cultos es todo muy lindo y hermoso. Pero ¿y en casa?... ¡mejor cerrar bien las ventanas y las puertas para que los vecinos no se enteren de lo que pasa adentro! ¿por qué no se ha extendido hasta ahora el reino de dios entre los vecinos que están a nuestro alrededor? Resulta más fácil darle un folleto a un desconocido que a nuestro vecino, porque nuestras vidas no dan un testimonio digno.
¿Qué clima reina en tu hogar? ¿Está la presencia de Dios todos los días? ¿Hay alabanza? ¿Reina el amor? ¡Cómo abrazamos a los hermanos en las reuniones! Pero ¿nos tratamos en casa con el mismo amor? El clima de amor, el espíritu de alabanza y esa hermosa comunión que gozamos en las reuniones deben ser los mismos que reinen en nuestra casa. Si el gozo y el amor caracterizan a nuestras reuniones, pues, gozo y amor tienen que caracterizar a nuestros hogares. Sin embargo, ¡por cuánto tiempo hemos vivido una doble vida! En las reuniones, gloria; en casa, discusiones, rencores, chismes, murmuraciones, enemistades, críticas, llanto, desprecios, ofensas, quejas, desobediencia. Pero el hogar no cambiará por sí solo. Ni por orar mucho. No va a cambiar porque ayunes. Tu hogar cambiará cuando cada uno de sus miembros reconozca a Jesús como Señor. ¿Sabes por qué el cielo es cielo? No porque haya calles de oro o puertas de perlas; el cielo es cielo porque en él reina Jesucristo, y todos los que están allí hacen su voluntad. ¿Qué significa que el reino de dios entre en el hogar? En tu hogar hay un trono, un lugar de preeminencia, y en ese trono debe estar sentado Jesucristo. Cada uno de los miembros del hogar debe responder a las órdenes del que está sentado en el trono.
Cuando se establece esta relación con Cristo, se puede afirmar que el reino de Dios ha llegado a ese hogar. Un hogar está formado, básicamente, por una doble relación. La primera es la relación marido-mujer, y la segunda, padres-hijos. Esta es la estructura familiar básica. El resto de la familia —abuelos, cuñados, sobrinos— que convive bajo el mismo techo, debe sumarse a esta estructura principal que Dios ha constituido como base. La Biblia nunca da instrucciones para los abuelos o tíos; habla a los esposos, a las esposas, a los padres, a los hijos porque ésta es la estructura que sustenta a la familia.
- PARA LAS CASADAS: El primer principio está dirigido a las casadas. «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor». Efesios 5:22 ¿Por qué Pablo, cuando habla del hogar, tanto en Efesios como en Colosenses, siempre empieza por las casadas? Es porque la primera en subordinarse debe ser la que sigue inmediatamente después de la autoridad principal. Tomemos ejemplo del ejército. Dentro de él tenemos soldados, cabos, sargentos, un teniente y un capitán. Los soldados deben obedecer al cabo, al sargento, al teniente y al capitán; y así sucesivamente. Si el batallón va a tener orden, el primero en demostrar sujeción debe ser el teniente. Si cuando el capitán le ordena algo: "Él no lo hace" tampoco sus subordinados le van a obedecer cuando él les dé una orden. Moralmente, todos ellos quedan libres para incumplir. La autoridad entonces se resquebraja y en el cuartel reinaría la anarquía. Así ocurre también en el hogar. Si la mujer no se sujeta a su marido, los hijos se sienten libres para desobedecer a los padres; la autoridad ya no existe y reina la rebelión. La mujer debe obedecer a su marido e imponer con su conducta una imagen de respeto y de sujeción, reafirmando el principio de autoridad.
- PARA LOS MARIDOS: Cuando hay que poner disciplina en el hogar, empezamos por los hijos. ¡Un momento! Si la casada no respeta a su marido, no espere que los hijos respeten y obedezcan a su padre. Si el marido no trata a su esposa como corresponde, no espere que los hijos se traten entre sí correctamente. Dios comienza por ordenar el matrimonio. ¿Cuál es el mandamiento del rey para los maridos? «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella». Efesios 5:25 / 1 Pedro 3:7
Debe asistirla con ternura, con delicadeza. Si el marido no ama a su esposa y no la trata como a un vaso frágil, Cristo no puede reinar en ese hogar. Para los que conocemos las escrituras estos textos no son ninguna novedad. ¡Los sabemos de memoria! Pero nuestro mayor problema es que los hemos aprendido al revés. Los maridos saben de memoria el texto que corresponde a las esposas y las mujeres saben de memoria el texto que corresponde a los maridos. ¡Entonces, cada vez que se da una discusión o una pelea! La biblia dice a cada uno cuál es su responsabilidad: que la esposa se sujete y que el marido ame a su mujer. Tu comportamiento no debe ser una respuesta a la conducta de tu mujer, sino una respuesta al Rey y Señor de tu vida. ¿Quién manda en tu vida? Si Cristo es tu Señor, debes comportarte como él manda. Pedro dice lo mismo aún a las esposas de los incredulos. La respuesta de cada uno no debe estar condicionada por el comportamiento del otro. Las discusiones en un hogar se terminan cuando cada uno asume su responsabilidad frente al Señor. Cada vez que haya conflicto en la casa, pregúntate: ¿cuál es el mandamiento de dios para mí? ¿cuál es la parte que a mí me toca hacer? ¿cuál es mi orden? Aunque no te guste, es una orden: Casadas, sujetaos. Maridos, amad.